martes, 26 de agosto de 2008

Un medallero engañoso


Espejo deformado de una realidad inexistente, el medallero olímpico refleja tanto la salud social y deportiva de un país como el Nido del Pájaro y el Cubo del Agua la historia y la tradición en Pekín. Sin embargo, al día siguiente de la clausura de los Juegos, el medallero es más consultado que la lista de la lotería.

Espejo deformado de una realidad inexistente, el medallero olímpico refleja tanto la salud social y deportiva de un país como el Nido del Pájaro y el Cubo del Agua la historia y la tradición en Pekín. Sin embargo, al día siguiente de la clausura de los Juegos, el medallero es más consultado que la lista de la lotería y más analizado que las cotizaciones de la Bolsa y las conclusiones a las que lleguen los expertos pueden tener más influencia sobre la estabilidad de un Gobierno que el precio del petróleo.

Hace ocho años, después de unos Juegos de Sidney particularmente malos para el deporte español, el Gobierno de José María Aznar sufrió una buena semana de dureza en los medios y su secretario de Estado para el Deporte, Juan Antonio Gómez Angulo, debió comparecer en el Congreso para tratar de explicar el desastre. Ayer, el Gobierno chino sacaba sus primeras conclusiones: el éxito de organización (innegable), de eficiencia (sorprendente), de orden (lógico en un país tan poco democrático) y de imagen (increíble) le sirven para mandar a Occidente el mensaje de que todo va bien en China, de que les dejen hacer a su estilo. Y el éxito deportivo (China lidera el medallero por primera vez en su historia, con 100 medallas, 51 de oro: por primera vez en las últimas décadas, el número uno logra que más de la mitad de sus metales sean oro), el enorme orgullo patrio con que los chinos se levantaron ayer para mirar al mundo, le sirve como inmensa herramienta propagandística en el interior. Así, el muy sesudo Financial Times, después de caracterizar el éxito chino como "un triunfo de la planificación central de estilo comunista", se preguntaba ayer si esta validación de los métodos del pasado no serviría para frenar las reformas económicas y políticas que necesita China.

El análisis puede ayudar a relativizar el uso de los triunfos de los deportistas más allá de su ámbito también en el Reino Unido (47 medallas, 19 de ellas de oro; cuarto puesto global, la posición más alta desde Estocolmo 1912), el país que tendrá su gran escaparate en Londres 2012. "Y ahora, a por el tercero", se lee en The Guardian mientras el presidente del Comité Olímpico Británico pide 150 millones de euros anuales. Pese al sistema liberal que rige la economía británica, el deporte olímpico, financiado mayoritariamente por el dinero de la lotería, se rige por un sistema tan estricto como el chino, aunque sin sus cientos de niños hacinados en escuelas deportivas. En su lugar, el Reino Unido vende high tech y refinamiento, pero los mismos principios básicos.

Más que un milagro de su deporte, el éxito británico es el de una excelente planificación productiva. Los dirigentes tomaron el programa, estudiaron qué deportes daban más medallas y estaban poco extendidos y señalaron dos, el ciclismo en pista y el remo. En ambos dominaron en Pekín: 12 medallas, siete de ellas de oro, en el velódromo; y seis (dos primeros puestos) en el canal. Con buenos técnicos, buen trabajo y materia prima normal, se pueden conseguir en cuatro años robots que arrasen. El mejor ha sido el ciclista Chris Hoy, una montaña de músculos que se llevó tres oros del velódromo, los mismos que Usain Bolt del Nido: para las estadísticas, ambos casos tienen el mismo valor. Sin embargo, en el deporte que más define unos Juegos, el atletismo, el único capaz de llenar un estadio con 91.000 aficionados, los británicos han exhibido un nivel no muy superior al de Cuba y muy inferior al de Rusia, Estados Unidos y Jamaica. Y, dado que ni el rugby ni el cricket son olímpicos y que no existe una selección británica de fútbol, su presencia en deportes de equipo ha sido inexistente.

Mientras en Italia, que se mantiene en un nivel muy similar al de las últimas citas, se regocijan de haber superado a Francia por primera vez desde Los Ángeles 1984 y en Alemania alaban su regularidad, el caso español es más complejo. El número de medallas (18, cinco de oro) le ha permitido recuperar el nivel de Atlanta 1996, una cita que aún vivió de la resaca de Barcelona 1992, pero los lugares donde se han extraído muestran también las lagunas del sistema deportivo. Si aceptamos como índice de la importancia de un deporte el número de países que figuran en su medallero particular -cuantos más países, más importante-, el dato de Pekín es alarmante: ordenadas las especialidades en ese orden, la primera medalla global de España llega en vela, el noveno deporte de la lista. En cambio, Italia, Francia, Alemania y el Reino Unido, países del entorno cultural, económico y de población, sí marcan chapa en atletismo, natación, remo, yudo, lucha o taekwondo.

Claro que este sistema de medición es injusto con los deportes de equipo, en los que España, con el baloncesto, el hockey y el balonmano, sí que ha estado bien representada, y con otros como el tenis, que reparten escasas medallas y limitan su universalidad. Y justamente los éxitos de Rafa Nadal y de la selección de baloncesto son quizás los que mejor representan el estado de salud del deporte español. Y no el medallero.

El gigante India, con sólo tres medallas para sus 1.000 millones de habitantes, toca a una medalla por cada 33 millones, la peor en el ratio. "Pero nosotros preferimos invertir en educación y sanidad antes que en deporte", dice su Gobierno; "nunca nos gastaremos lo que China en unos Juegos".

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