miércoles, 19 de agosto de 2009

Sanya reina a toda pastilla


C. Arribas

Sanya Richards era una reina sin corona. La mejor especialista de los 400 metros del planeta desde hace un lustro, la que nunca había ganado un oro en una gran competición, la que siempre se hundía ante la nube de micrófonos que le esperaban tras cada serie y cada carrera, arremolinados, esperando sus explicaciones para lo inexplicable. Hasta ayer. Ayer, Richards, jamaicana nacionalizada estadounidense, un reloj de precisión en una carrera que mezcla la velocidad con la agónica resistencia, se coronó campeona del mundo (49s).
"¡Por fin!" , dijo, rodeada, como siempre, por los micrófonos; como siempre con las uñas extralargas; sonriente como siempre; por una vez triunfal. "No me importaba lo que dijera la gente", siguió la velocista de las eléctricas zapatillas rojas. "Sabía que este era mi campeonato...esto es mejor que bueno. Estoy sobrepasada por ser la que está en lo más alto del podio al fin".
Richards, que dedicó los últimos pasos de su carrera a celebrar el triunfo, hubiera ganado sobradamente el oro olímpico en Pekín de haber corrido en esos 49s pelados: desde 1996, cuando ya el atletismo luchaba con todo contra el dopaje, sólo cuatro mujeres han corrido más rápido la vuelta a la pista, y ella es una de ellas. La mayoría de sus rivales apreciaron inmediatamente el significado de su triunfo, que devuelve a la velocidad estadounidense el dominio de los 400 metros femeninos tras 16años de espera. Su reacción fue un homenaje.
La jamaicana Shericka Williams (49,32s) y la rusa Krivoshapka (49,71s) celebraron que subían al podio abrazándola. Christine Ohuruogu, hasta ayer campeona mundial y olímpica, no. La británica, una mujer perseguida por la sombra de la sospecha, llegó quinta (50,21s), le dio una mano blandengue, simplemente cumpliendo con el protocolo, y desapareció. Luego sí tuvo palabras de elogio para la nueva campeona del mundo: "Su carrera ha sido espléndida y su tiempo ha sido brillante".
Mientras Ohuruogu hablaba, su compatriota Phillips Idowu saltaba, y mucho. Por el tartán atronaban los pasos de rodilla alta de un hombre con el pelo fuxia, los ojos desorbitados y el cuerpo lleno de piercings y tatuajes. Era Idowu, un tipo que fabrica su imagen para desmentir a su DNI: a los 30 años, el subcampeón olímpico nunca había ganado un oro al aire libre. Ayer era un hombre con una misión: destronar al portugués Evora, el campeón olímpico, quizás el atleta al que le deba el mayor disgusto de su vida.
A la tercera, Idowu saltó 17,73m. Para Evora eso fue un mundo: se quedó a 18 centímetros, acercándose compulsivamente hacia la grada, donde su entrenador se desgañitaba en órdenes. Sus esfuerzos fueron inútiles. Era el día de los campeones sin corona.

No hay comentarios: