martes, 13 de agosto de 2013

EL ATLETISMO HACE JUSTICIA A ELENA ISINBAYEVA


CARLOS ARRIBAS
El País.com

La pértiga, como el piano o el violín, también se puede tocar de oído. Y todas las especialidades en las que la velocidad sea la madre. Los grandes sprinters, de hecho, tienen un oído tan fino y tan rápido que, cuentan, algunos como el soviético Valery Borzov entrenaban las salidas, su velocidad de reacción, dejando caer a sus espaldas, lejana, una moneda sobre un plato, que su extremadamente sensible sistema nervioso transformaba casi simultáneamente en fuerza. En pértiga, el sonido que despierta el nervio, la nota afinada, es pa-pam, los dos golpes de la vara al introducirse en el cajetín, deslizarse y alcanzar la vertical, que complementados con el cliiiiinck que emite la pértiga vibrante al volver a su posición recta después de doblarse víctima de la fuerza de la saltadora señalan el salto perfecto.
Con los ojos cerrados, y de espaldas al listón, Elena Isinbayeva sufrió el último salto de la cubana Yarisley Silva, deseando no oír esas tres notas perfectas que indicaban que la saltadora saldría propulsada hacia el cielo por encima del listón. Y al no oírlo, al no percibir entre el estruendo ambiental el pa-pam-cliiiiinck, la señal de que la cubana, su última rival viva, había fallado en su último intento, corrió Isinbayeva loca como una chiquilla que sale al primer recreo de su vida, y saltó y botó, y lloró.
Fue la atleta de Volgogrado, antiguo Stalingrado desangrado, la chica feliz del póster, la imagen viva y saltarina de todos los cartelones que decoran la ciudad, una figura volando sobre una pértiga curva y una coleta trenzada cayendo perpendicular de su cabeza. Fue un acto de justicia poética que el atletismo rindió a la atleta que hizo grande a la pértiga y que había anunciado la víspera que se tomaría un par de años de respiro para ser madre y que volvería para los Juegos de Río 2016: campeona del mundo en el estadio Luzniki, el templo del atletismo en su país, en la madre Rusia. A la diva Isinbayeva, de 31 años y 28 récords del mundo batidos en su capazo, dos títulos olímpicos y dos títulos mundiales hasta antes de este jueves, le faltaba este broche de oro momentáneo, el tercer Mundial que borraría además la decepción del bronce olímpico en Londres.
Fue, sobre todo, el final de una hermosísima batalla sin cuartel entre las tres mejores pertiguistas de la historia, lo que dio más significado aún a la victoria de Isinbayeva, porque en el Moscú cálido y ruidoso pelearon contra la rusa con todas sus fuerzas y en su mejor condición la norteamericana Jennifer Suhr, la heredera designada, la que se llevó el oro en Londres y la otra única pertiguista que ha pasado de cinco metros, y la cubana Yarisley Silva, la plata en Londres, que ha saltado 4,90m, y es como una Shelly Ann Fraser en saltadora: baja y bola de músculos, dinamita, fuerza y velocidad. Suhr, muy segura en las primeras alturas (4,55 y 4,75m, a la primera), llevó el mando sobre Isinbayeva, que con una pértiga blanda falló en su primer intento a su primera altura, 4,65m.
Saltando por detrás de la rusa, Suhr repetía todos sus pasos sin dudar hasta que, después de haber superado a la segunda ambas 4,82m, Isinbayeva alcanzó su cénit pasando a la primera 4,89m, la altura contra la que chocaron definitivamente Suhr y una Silva que arrastrando más nulos no había cedido ni un palmo sin embargo. Nunca la plata y el bronce en un Mundial habían estado más altos de los 4,82m de este jueves. Y el oro solo una vez más alto de los 4,89m. Fueron los 5,01m de Helsinki 2005. De Isinbayeva, por supuesto.
El dibujo final de la noche fue, como la noche anterior en la pértiga masculina, una reinterpretación del último podio olímpico con cada una de las atletas en un escalón diferente: Isinbayeva, Suhr, Silva. Un orden que hizo feliz a los pocos miles que hicieron del estadio una jaula de chillidos y que rindió justicia a la grandeza de una de las atletas más grandes.

Son norteamericanos los dos y se apellidan igual Aries y LaShawn, son dos Merritt, pero no son hermanos, ni siquiera parientes lejanos, lo que rompe un poco el encanto familiar de estos Mundiales, pero no la espléndida demostración que LaShawn hizo en los 400m.
Un rato después de que a Ashton Eaton, el decatleta de oro, se le cayera la baba viendo a su señora, la canadiense Brianne Theisen, recibir la plata en el heptatlón, el Merritt de la vuelta a la pista se enfrentó al hermano Borlée superviviente, Jonathan, y sobre todo, al prodigio casi juvenil de Granada Kirani James (aún no ha cumplido los 21) en una final que afrontó no hambriento, eso es poco, sino prácticamente muerto de hambre. Antes de ser suspendido por dopaje (un producto anabolizante que compró, explicó, para alargar el pene), Merritt, una montaña de músculos armónica y terrible, había alcanzado la gloria olímpica en Pekín 2008, donde arruinó para siempre la carrera de Jeremy Wariner con una recta final que le llevó a una magnifica marca de 43,73s, aún la quinta mejor de la historia.
Como después logró ganar el Mundial de Berlín 09, el mundo se preparó para un periodo de dominación que cortó de tajo su positivo. Su regreso en Londres 12 fue un fracaso: una lesión le eliminó a la primera y James, ya ganador del Mundial del 11, logró la gloria olímpica y anunció una nueva era. Por eso el hambre, la necesidad, que llevó a Merritt a Moscú y que solo sació en una final demoledora, con un inicio tan fuerte que obligó a James, más hombre de ritmo que de fuerza, a buscar en sus reservas. En la recta final, aún tuvo Merritt capacidad de aceleración y James solo de frenado. Merritt ganó bajando de 44s, un gesto raro estos últimos años, 43,74s, solo una centésima más lento que en Pekín hace cinco años. Y James solo fue séptimo. Segundo fue el norteamericano Tony McQuay (44,40s) y tercero el ligero dominicano Luguelín Santos, otro adolescente (19 años) poseedor de una última recta letal. Cuarto, finalmente, el hermano bueno de los Borlée, todo un éxito para Bélgica (y las familias del mundo).
Sergio Sánchez, leonés de comarca minera, es un hombre drástico que para para curarse del miedo a volar en avión se sacó el título de piloto de avioneta. Alemayehu Bezabeh, etíope de Addis Abeba, español de Consejo de Ministros desde 2008, es un superviviente que no ha encontrado solución a su principal problema: con calor no rinde. Como ambos son los representantes de España en la prueba de 5.000 m, sus pasos se encontraron esta mañana en el soleado Luzniki, cuya pista azul tan elástica les condenó al mismo destino, la eliminación. No hay hueco para los españoles en el espacio de Mo Farah y Bernard Lagat. Por tercera vez en la historia de los Mundiales, y por primera desde Helsinki 2005, no habrá camisetas rojas de España (y se nota la ausencia del habitual y fiable Jesús España, lesionado) en una final de 5.000 m.
Hace un par de años, cuando Bezabeh había regresado a Etiopía para cumplir una sanción de dos años por su implicación en la Operación Galgo, Sánchez, drástico y con un tono que podía entenderse como racista, declaró en una radio que era una vergüenza que en España se nacionalizara tan fácilmente a los atletas africanos, que quitaban el puesto a los españoles. “Pero no soy racista”, añadió. “De hecho, mi novia es marroquí”. Y para aclararlo más aún, en Moscú, en el gigantesco hotel Cosmos, su compañero de habitación es el mismo Bezabeh. “Hemos hablado, lo hemos aclarado todo, nos llevamos perfectamente, muy bien. Es un chaval muy noble que ha pagado el pato por todos. Y ya le he dicho que ahora que se viene a vivir a España con su familia que se venga a entrenar a León conmigo, que yo le ayudaré en lo que haga falta”.
Con lo que no ayudó mucho a Bezabeh en Moscú Sánchez fue con sus problemas de sueño, a los que achaca fundamentalmente una actuación mala (14º, 13m 52,05s) que no esperaba y que concuerda con su última actuación mundialista, en Berlín 2009. “Aunque parezca que no, las dos horas de diferencia con España me han afectado mucho. Me he podido echar siestas de tres horas, pero por la noche no dormía. Hoy antes de la carrera me he activado como he podido, con una inyección de vitamina C, con varios cafés… Y al principio de la carrera sentía un poco de flaqueza, pero pensé que lo superaría. Sin embargo, a ters vueltas del final ya me sentí vacío del todo”.
Bezabeh volvía a competir con España después de cumplir sanción por la Operación Galgo, y si hubiera leído a Fray Luis podría haber declarado en la zona mixta, “como decíamos ayer…”, pues él también cayó a la primera en su último Mundial, Berlín 2009. Pero mucho más escueto, casi silente y susurrantes, solo dijo una palabra, “Calor”, para justificar su inesperado noveno puesto en la serie (13m 34,68s). Un poco más tarde explicó que nunca corre bien con calor (21 grados y mucho sol a las 11 de la mañana en Moscú, cuando compitió, 60% de humedad) y que sí, que había sido muy duro ser el único sancionado por la Operación Galgo, pero que también era el único que seguía en la selección de todos los implicados.
Ni para Sánchez ni para Bezabeh el futuro sigue pasando por el 5.000 m. “Mi objetivo es el Europeo de cross, en invierno. Fui el mejor europeo en el último Mundial y creo que puedo decir algo”, dijo el leonés que, antes de ver la luz a los mandos de una avioneta, había renunciado a participar en alguna competición a última hora víctima del pánico en el aeropuerto. “Si no lo supero, ni salgo ya de León. Ahora mi ilusión es que el piloto de Iberia me deje estar en la cabina durante el aterrizaje en el viaje de vuelta”. El futuro de Bezabeh no pasa por convertirse en viajero de la avioneta de Sánchez, sino por trarse a su mujer y a su hija desde Etiopía, quedarse a vivir en España y correr maratones. “Este otoño correré el primero”, dijo. “Ya puedo decir adiós a la pista”.

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